sábado, marzo 21, 2015

SOBRE NUBES Y RAYOS

Material elaborado por Gustavo Wilches-Chaux como parte de un proceso de acompañamiento al IDIGER para la consolidación de conceptos relacionados con gestión del riesgo y adaptación al cambio climático

La atmósfera es uno de los sistemas concatenados del planeta. Otros son la hidrósfera (o hidrosfera), la litósfera (o litosfera), la criósfera (escarcha, hielo, en general agua congelada) y, por supuesto, la biósfera, que en últimas surge de la interacción de todos los anteriores y a la cual pertenecen –o pertenecemos- todos los ecosistemas y los seres vivos que formamos parte de ellos.
El concepto de sistemas concatenados reemplaza al de “capas de la Tierra”, que daba la falsa imagen de que todos estos sistemas se encontraban superpuestos paralelamente unos sobre otros, como en una lasaña o en una torta de galletas.
Realmente estos sistemas de la Tierra se entrelazan unos con otros, de la misma manera que, por ejemplo, en cada organismo humano el sistema circulatorio y el nervioso y el digestivo y el inmunológico –y el afectivo- se entrelazan unos con otros y todos dependen de todos.
En la atmósfera encontramos aire (que es una mezcla de muchos gases), agua en distintas formas o estados, y también partículas sólidas de variados tamaños, además de múltiples formas de energía (todas derivadas de la energía solar) que generan dinámicas entre todos los “actores” atmosféricos. 
Unos de esos actores son las nubes. Se encuentran en la troposfera, que es esa porción de la atmósfera que va desde el suelo y la superficie de los cuerpos de agua, incluido el mar, hasta más o menos 10 a 12 kilómetros de altura. En la troposfera, como su nombre lo indica, ocurren esos cambios permanentes a través de los cuales se expresan el clima y el tiempo (el tiempo meteorológico, no el cronológico).


De qué están hechas las nubes
Contrariamente a lo que se suele creer, las nubes no están hechas de vapor de agua sino de millones de gotas de agua líquida y en algunos casos de millones de cristales de hielo, esto dependiendo de la temperatura del lugar de la atmósfera en donde se forman.

Cuando el agua se evapora como consecuencia del calor del Sol, las moléculas de vapor de agua ascienden y se agrupan alrededor de granos de polvo, sal, ceniza, polen y otras partículas sólidas, llamadas núcleos de condensación. Cuando la temperatura alcanza lo que los meteorólogos llaman punto de rocío, el vapor se condensa y se convierte en gotas de agua microscópicas. Si la temperatura es mucho menor (más fría) se convierte en minúsculos cristales de hielo. Unas y otras son tan pequeñas, sin embargo, que su peso (fuerza con que la gravedad de la Tierra las atrae) no alcanza a superar la resistencia del aire y por eso permanecen suspendidas en la atmósfera. Cuando el peso de las gotas de agua o de los cristales de hielo vence la resistencia del aire, se precipitan en forma de lluvia, de granizo o de nieve.
El 22 de Marzo en horas de la tarde cayó una fuerte granizada sobre el centro y sur de Bogotá. Estas pueden ser las nubes que la produjeron
Fotos de la granizada

¿Cuánto pesa una nube?
De acuerdo con Peggy LeMone, investigadora del National Center for Atmospheric Researchde Estados Unidos "una clásica nube cumulus tiene una densidad de medio gramo por metro cúbico. El tamaño promedio de una cumulus es de 1km de largo y al ser, por lo general, cuerpos relativamente cúbicos, entonces asumamos que ese mismo kilómetro lo tiene de profundidad y de altura. Así que, en este caso, el ejemplar promedio tendría un volumen de alrededor de mil millones de metros cúbicos. Ya teniendo la densidad y el volumen podemos calcular cuánta agua está contenida en esa nube, lo cual, en nuestro caso, serían 500 mil kilos. Es decir, cuando te colocas debajo de una nube suave y acolchonada, básicamente tienes arriba de ti 500 toneladas de agua."
La masa de agua y hielo contenida en una nube es enorme, pero está repartida en un volumen tan grande que su densidad es muy baja. Por eso las nubes flotan en el aire, hasta el momento en que, como se afirmó arriba para cada gota o cristal de hielo individual, se precipitan en forma de lluvia, de granizo o de nieve.
Un gran dispositivo eléctrico llamado atmósfera
A medida que ascienden las moléculas de agua en forma de vapor y que las gotas de agua y los cristales de hielo se juntan y se desplazan al interior de las nubes, se van cargando de electricidad.
Normalmente nos damos cuenta de que el aire está cargado de electricidad estática cuando saltan chispas al tocar la chapa de la puerta de un carro o al rozarnos con otra persona que lleva un saco de lana. Eso sucede a todo lo alto y ancho de la atmósfera.
Por alguna razón que los científicos que estudian las nubes todavía no entienden muy bien, en las partes altas de las nubes suelen acumularse cargas eléctricas positivas, mientras que en las partes bajas se acumulan cargas negativas. 
Al “salto” entre unas cargas y otras se le da el nombre de voltaje o diferencia de potencial. Estamos familiarizados con este fenómeno a través de las pilas o baterías, de las cuales decimos que están “cargadas” cuando se mantiene un desequilibrio o diferencia de potencial alto entre el polo positivo (+) y el polo negativo (-) de la pila. Cuando los polos se equilibran, decimos que la pila está descargada. Cuando juntamos un cable conectado al polo positivo de una pila cargada, con otro conectado al polo negativo, salta una chispa entre los dos.
Existe, sin embargo, un dispositivo eléctrico mucho más parecido a lo que sucede en una nube en la cual se encuentran sectores cargados positivamente y sectores cargados negativamente, separados entre sí por capas de aire, que es un material aislante. O lo que sucede entre unas nubes y el aire que las circunda, o entre unas nubes y otras, o entre las partes bajas de las nubes (donde se acumulan cargas negativas) y la superficie terrestre donde se acumulan cargas positivas, separada también de la nube por una capa aislante de aire. Ese dispositivo se llama condensador o capacitor
Ese condensador está formado por dos placas, en una de las cuales se almacenan las cargas positivas y en otra las negativas, las cuales están separadas entre sí por un dieléctrico o material aislador, que puede ser, entre otros materiales, de aire, porcelana o papel.
La principal diferencia entre una pila y un condensador o capacitor es que en la primera la carga depende de reacciones electroquímicas, mientras que en el segundo depende de que el dispositivo esté conectado a un circuito. (Aquí donde me ven, yo aprendí esto por allá en 1970 cuando estudié Radio y Televisión por correspondencia en Hemphill Schools).
En la atmósfera el “circuito” lo conforman los dos o más sectores con cargas eléctricas distintas, ya se encuentren estos al interior de una misma nube, entre dos nubes, entre una nube y el aire circundante o entre la nube y el suelo.
Cuando la acumulación de cargas opuestas entre los dos sectores es tan grande que la atracción eléctrica es capaz de vencer la capacidad aislante del aire, salta una chispa enorme y compleja: el RAYO.
“La física de un rayo es bastante complicada, pero en resumen un rayo (una ruptura dieléctrica) sucede cuando la diferencia de potencial eléctrico entre la nube y el suelo alcanza las decenas de millones de voltios. Y, aunque parece que el rayo sale de la nube hacia el suelo, en realidad sale tanto desde la nube como desde el suelo. Las corrientes eléctricas durante un rayo medio son de unos 50.000 amperios (aunque pueden alcanzar unos cientos de miles de amperios). La potencia máxima durante un rayo medio es de un billón (1012) de vatios. Sin embargo esto solo dura unas pocas decenas de microsegundos.”
Walter Lewin, “Por amor a la física”. Editorial DEBATE, Barcelona 2012. Página 162. Nota de Gustavo Wilches-Chaux: en el texto original dice “…entre la nube y la Tierra”, pero en todos los casos me tomé la libertad de sustituir “Tierra” por “suelo”, por cuanto todo lo que sucede en la atmósfera forma parte de la Tierra.
Hablamos arriba de “chispa enorme y compleja” porque “la descarga comienza de forma gradual e imperceptible desde la nube en dirección al suelo. Entonces el rayo regresa desde el suelo por el mismo camino, visible en forma de resplandor. En un solo relámpago pueden darse más de uno de estos rayos secundarios. El lapso de tiempo entre cada uno de ellos es tan pequeño que el ojo humano sólo puede detectar un único destello. Cada uno de esos rayos no dura más de una fracción de segundo”.
Bruce Buckley, Edward J. Hopkins y Richard Whitaker, “Meteorologia”, Libros Cúpula, Grupo Editorial CEAC. A., Barcelona 2004. Página 121.
¿Para qué sirven los rayos en la biosfera?
Todo lo que ocurre en la biosfera, ese conjunto de todos los ecosistemas del planeta que le otorga a la Tierra el carácter de ser vivo, tiene una razón de ser. De hecho, desde que el planeta estaba en formación hace unos 4.500 millones de años, los rayos han cumplido una función especial en la formación de las condiciones que, aproximadamente 500 millones de años después, condujeron a la aparición de la Vida. Pero ese es un tema en el cual no vamos a detenernos por ahora.
Basta decir que el enorme calor que produce un rayo (cerca de 20.000 grados Celsius) es uno de los responsables de la de la conversión del oxígeno gaseoso (O2) en ozono (O3), un gas cuya importancia para la vida es bien conocida.
Así mismo, los rayos cumplen un papel importante en la fijación de nitrógeno gaseoso en compuestos nitrogenados (combinaciones de nitrógeno con oxígeno gaseoso) que puedan ser utilizados por las seres vivo.
No en vano en la mitología griega le daban el nombre de Amaltea –el mismo nombre de la cabra que crió a Zeus-Júpiter- a “la fertilidad que queda en la Tierra después de las tempestades”.
Curiosamente dos “estructuras” de la biosfera se encargan de ese proceso de fabricación de compuestos nitrogenados: los rayos y las raíces de las leguminosas, asociadas a bacterias nitrogenantes. Ambas, a pesar de encontrarse a tanta distancia en términos de fenómenos de la biosfera, se asemejan en su forma ramificada.
¿Por qué son peligrosos los rayos para los seres humanos?
La pregunta parece innecesaria, pues obviamente una descarga eléctrica de la magnitud de la que genera un rayo, acompañada de los efectos de una elevación de temperatura como la que acompaña a ese fenómeno, posee un gran poder destructivo, no solamente para el ser vivo (persona, animal o árbol) que eventualmente sea azotado por un rayo, como para muchos bienes muebles e inmuebles y para muchas obras de infraestructura. Una gran parte de los incendios forestales de origen no antrópico son desencadenados por rayos (recordemos que estos incendios naturales forman parte del ciclo de algunos ecosistemas).
En la memoria reciente de los colombianos se encuentra todavía la tragedia que a principios de Octubre de 2014 generó sobre la comunidad indígena Wiwa de la Sierra Nevada de Santa Marta, una tormenta eléctrica en la que se registraron cerca de 3.000 rayos.

Reseñas periodísticas de la tragedia de la comunidad Wiwa:
Hoy se registran en la Tierra cerca de 16 millones de tormentas eléctricas anuales, más de 43.000 diarias, 1.800 por hora que producen 100 rayos por segundo, es decir, más de 8 millones al día. (Walter Lewin, 2012).
Estudios recientes de la Universidad de California indican que como consecuencia del cambio climático y debido al incremento de las tormentas, se calcula que la cantidad de rayos en la atmósfera puede aumentar un 50%.
Esto, aun sin el incremento previsto como consecuencia del cambio climático, obliga a redoblar esfuerzos para reducir la vulnerabilidad humana y de los entornos humanizados, frente a las tormentas eléctricas.
Existen, como en casi todo lo que se relaciona con gestión del riesgo y adaptación al cambio climático, dos tipos de estrategias complementarias. Unas, las “duras”, consistentes en aplicaciones tecnológicas (en este caso equipos que contribuyan al conocimiento del riesgo y a la reducción de la vulnerabilidad física) y otras consistentes en comportamientos humanos tanto frente al llamado “ordenamiento territorial” como frente a las conductas cotidianas.

El pararrayos
El dispositivo más obvio y de eficacia comprobada para reducir la vulnerabilidad frente a los rayos, es el pararrayos, cuya invención se atribuye a Benjamín Franklin en 1753, que consiste básicamente en una varilla de material conductor (cobre, bronce o similar) conectado a tierra.
A partir de los párrafos anteriores debe haber quedado claro que ese conjunto complejo de descargas eléctricas en varias direcciones que englobamos bajo el nombre de RAYO, constituye un diálogo entre dos sectores poseedores de cargas eléctricas opuestas. 
Franklin y otros investigadores del mundo, descubrieron lo que hoy se conoce como “efecto punta”, en virtud del cual “las cargas alrededor de un conductor no se distribuyen uniformemente, sino que se acumulan más en las partes afiladas.” 
Básicamente la existencia de un dispositivo como este en una construcción, en un poste o sobre cualquier objeto alto, facilita entonces el flujo de la descarga eléctrica entre el suelo y la nube y viceversa, lo cual le otorga a esa descarga la posibilidad de fluir por el camino más fácil, sin tener que hacerlo a través de objetos que puedan resultar gravemente afectados.
Así mismo, afirman algunos estudiosos del tema, la densidad de carga en la punta del pararrayos es tal que ioniza el aire que lo rodea, de modo que las partículas de aire cargadas positivamente son repelidas por el pararrayos y atraídas por la nube, realizando así un doble objetivo […] Esto produce una compensación del potencial eléctrico al ser atraídos esos iones del aire por parte de la nube, neutralizando en parte la carga. De esta forma se reduce el potencial nube-tierra hasta valores inferiores a los 10000 V que marcan el límite entre el comportamiento dieléctrico y el conductor del aire, y por tanto previenen la formación del rayo.”
En cualquier caso, el cable a tierra envía la descarga al suelo, reduciendo su impacto potencial sobre las estructuras que deben ser protegidas.
En resumen, de acuerdo con lo anterior, el pararrayos tiene un doble efecto: mitigar o reducir las condiciones que favorecen la descarga eléctrica y conducir directamente esa descarga al suelo cuando no haya logrado evitar que se produzca.
El pararrayos protege un área tridimensional (un volumen geométrico) delimitada por un cono cuyo vértice se encuentra en la punta de la varilla y cuya dimensión depende de las características de la misma y en general del sistema empleado.
Existen otros sistemas de protección basados en el principio de la llamada “jaula de Faraday” en virtud del cual un campo electromagnético se distribuye sobre la superficie de una malla o estructura metálica extendida alrededor del objeto que se desea proteger, sin que los efectos del mismo logren afectar el interior de la misma.
Por esa razón, al menos teóricamente, los pasajeros de un avión o de un automóvil con carrocería metálica, resultan a salvo en caso de que un rayo impacte sobre la superficie de uno de estos vehículos.
Medidas no estructurales
·         “Ordenamiento territorial”: consiste en conocer las características de un territorio específico con respecto a las tormentas eléctricas, o sea la propensión a los  rayos a impactar en ese territorio. Entre otros factores, esa propensión puede tener relación con el tipo de yacimientos minerales que pueden existir bajo el suelo.
Como en otros casos, más que de “ordenar” un territorio que en este aspecto ya está “ordenado” por los rayos y por las características topográficas, del suelo y del subsuelo, se trata de organizar las actividades humanas de manera que se eviten ciertas instalaciones o actividades en lugares especialmente expuestos a los efectos nocivos de las tormentas eléctricas. Y así mismo, saber en dónde es necesario aplicar prioritariamente medidas tecnológicas tipo pararrayos.
Como resultado del cambio climático puede cambiar esa propensión, por lo cual conviene monitorear cuidadosamente el territorio en cuanto a este aspecto hace referencia.
Sistemas de alerta temprana: sistemas que combinen capacidad tecnológica para pronosticar con precisión la ocurrencia de tormentas eléctricas en un territorio, con capacidad de respuesta institucional y social frente a dichos pronósticos. Ver informe en El Nuevo Siglo 
Conductas individuales y sociales adecuadas: conocer, por ejemplo
-       Cómo debe actuar y qué debe evitar una persona que se encuentre en campo abierto o en la ciudad cuando se presente una tormenta (o cuando existan indicios de que se pueda presentar). Hacia dónde debe dirigirse; dónde debe y no debe buscar protección, qué debe hacer con los equipos de comunicación (teléfonos celulares) y otros equipos electrónicos que lleve consigo;
- Qué hacer con electrodomésticos y otros equipos que tenga en su casa o lugar de trabajo;
-       Como deben comportarse las personas que se encuentren en reuniones masivas (eventos deportivos o similares, salidas o entradas a establecimientos educativos;
-       Qué hacer si va en un vehículo (bus, carro, moto, bicicleta)
Una combinación efectiva de todas estas estrategias puede ayudarnos a convivir sin traumatismos con esta dinámica de la naturaleza que, como tantas otras dinámicas, se está transformando como consecuencia del cambio climático.
POR EL CUAL SE ESTABLECEN LINEAMIENTOS PARA LA GESTIÓN DEL RIESGO POR TORMENTAS ELÉCTRICAS EN EL DISTRITO CAPITAL