sábado, julio 12, 2014

BIODIVERSIDAD ES LO QUE SOMOS

Hoy la palabra “biodiversidad” es un poco más conocida que hace dos décadas cuando, por ejemplo, términos como “biogeográfico” (el apellido que ostenta la región chocoana que se extiende a todo lo largo de la costa pacífica entre Panamá y el norte del Ecuador), constituían un trabalenguas para la mayoría de los mortales.

Sin embargo, en nuestra vida cotidiana, los habitantes de Colombia no siempre nos damos cuenta de la biodiversidad que nos rodea, precisamente porque nacimos, crecimos y vivimos en medio de ella. Somos parte integral de esa biodiversidad.

Como sucede en otros campos, sólo somos conscientes de nuestra biodiversidad cuando nos hace falta. A veces porque viajamos a países de latitudes templadas en donde encontramos bellos paisajes, pero de una uniformidad, de un “juicio” y de una formalidad que nos sorprenden: grandes extensiones cubiertas de bosques formados por dos o tres especies de árboles, cuando no de una sola especie. La explosión de color de la primavera o los paisajes otoñales o de invierno que evocan las postales de navidad. Hermosos sí, pero los sentimos ajenos, como por allá.
Otras veces, en nuestros propios territorios, nos damos cuenta de la biodiversidad perdida, cuando sobrevolamos en avión o recorremos por tierra enormes territorios cubiertos con el color y la textura uniforme de esos monocultivos característicos de la agricultura industrializada, de la hoy en auge industria de los agrocombustibles o de la industria forestal.
Nosotros somos todo lo contrario: paisajes ariscos, vegetación aparentemente “desordenada” (que se rige por el orden propio de la naturaleza, no por el orden humano), texturas que reflejan y muchas veces marcan nuestra manera de ser. No vamos a caer en “determinismos geográficos”, pero tampoco a negar que cada cual ha sido amasado con el barro de donde nació.
Nuestra caprichosa topografía y nuestra condición de país tropical (más precisamente: de país ecuatorial o equinoccial), nos permite pasar en corto tiempo de un ecosistema de alta montaña (como un bosque de niebla, un páramo y a veces un paisaje nevado) a un ecosistema de valle interandino de clima caliente, con todo lo que ello implica en términos de temperatura, de humedad, de gente, de fauna y de vegetación.
O descender desde la Sabana de Bogotá hasta los Llanos Orientales. O, sin salir de Nariño, pasar de la gélida planicie de Guachucal hasta el andén del Pacífico y el puerto de Tumaco. Los vecinos de la Sierra Nevada de Santa Marta pueden abarcar con una sola mirada los picos –cada vez menos- nevados y los bosques de mangle a la orilla del mar. O la vegetación de clima seco de la Guajira y el Valle de Upar.
Incluso nuestras zonas urbanas están rodeadas de biodiversidad. En los Cerros Orientales que le sirven de cabecera a Bogotá, comienza el páramo más grande del mundo: el de Sumapaz (claro que páramos solamente existen en Colombia y en algunas partes de Venezuela, del Ecuador y del norte del Perú). En medio de la ciudad existen algunos cientos de hectáreas de humedales que lograron escapar al buldócer de la urbanización. Y a pocos minutos de los límites de la ciudad, hacia cualquier punto cardinal, paisajes diferentes, otras temperaturas, nuevos olores, nuevas sensaciones y colores.
La ciudad de Armenia estácruzada por cañadas de exuberante vegetación. El Jardín Botánico de Pereira es una selva de guadua y otras especies en medio de la ciudad. Manizales crece en territorio que todavía conserva parte de sus bosques de niebla y toda la dinámica de la “lluvia horizontal”. Cali no se concibe sin los Farallones, ni Bucaramanga sin el Cañón del Chicamocha, ni Medellín ni los paisas sin sus cerros tutelares. Esto para poner solamente algunos ejemplos de ciudades andinas.
Porque en las ciudades del Caribe, o de la Orinoquia y la Amazonia, el mar y los ríos y la selva forman parte integral de las zonas urbanas de la respectiva región.
Ni que decir de las ciudades y pueblos de la costa del Pacífico, donde a pesar de tantas décadas de deterioro ambiental, siguen mandando la parada los ríos y los aguaceros y la selva, cuando no los temblores y el mismísimo mar.
Y uno ahí: alimentándose de lo que produce en abundancia su región, preparado a la manera como se viene haciendo desde muchas generaciones atrás. Porque la biodiversidad también se come. La gastronomía también es expresión de la biodiversidad.
Y uno ahí: hablando y oyendo hablar con el acento específico de cada lugar. Porque la biodiversidad también se narra. (Biodiversidad se escribe con “B” de Ballenato y se canta con “V” de Vallenato).
Y en las zonas de Colombia en donde se materializa la razón por la cual la Constitución dice que somos una nación pluriétnica y multicultural, uno crece y vive (o debería crecer y vivir) con la convicción de que la “igualdad” es el derecho inalienable que le asiste a cada persona y a cada cultura para ser diferente de las demás.
En el colegio nos enseñaban que una de las “causas” de la Independencia había sido la Expedición Botánica que dirigió José Celestino Mutis a partir de 1783. Esa “causa” la repetíamos de memoria, junto a “la influencia de la Revolución Francesa”, “la traducción de los Derechos del Hombre”, “el despotismo de los españoles” y no recuerdo qué otra más. Sin embargo hoy entiendo que la Expedición Botánica no solamente nos mostró por primera vez que (nosotros y nuestra naturaleza) éramos “distintos” de los europeos sino, sobre todo, que esa diferencia no era motivo de vergüenza sino nuestro máximo valor.
En el 2010 coincide la celebración del “Bicentenario de la Independencia” (palabra más fácil de pronunciar que “biogeográfico” pero más difícil de entender) con el “Año Internacional de la Biodiversidad”.
Feliz coincidencia que me da la oportunidad de proponer que más bien hagamos de este año una permanente CELEBRACIÓN DE LA INTERDEPENDENCIA entre nosotros y nuestra biodiversidad. Entre la especie humana y nuestro planeta Tierra, el lugar más biodiverso del Universo conocido.
Cuando descubramos otros lugares “vivos” en el cosmos, seguramente ya no hablaremos del Universo sino del Biodiverso.
Pero mientras tanto no.
Gustavo Wilches-Chaux
Escrito para el Instituto Humboldt en el año 2009